Cinco secretos en Tierra de Cátaros

La zona central del sur de Francia, el Midi-Pyrenees, es rica en historia y leyendas, en arte y paisajes, en actividades deportivas y en el gusto por la buena vida. Es tierra de herejías y vinos, de descubrimientos y tradiciones. Una tierra para perderse, para explorar, para descubrir con calma sus secretos. Estos son algunos:

Cordes-sur Ciel la bastida más bella de Francia
En la Edad Media, hace 900 años, surgieron estas construcciones que básicamente, son pueblos amurallados que tenían un claro fin defensivo. En ocasiones surgían de los restos de antiguos pueblos, pero otras se enclavaban en medio de la nada en función de las necesidades del señor feudal. Por su organización marcan una especie de edad dorada arquitectónica, con todas las calles cruzándose en ángulo recto en torno a una plaza central, la plaza del mercado.

Tal vez el pueblo-bastida más bello y más visitado de Francia sea Cordes-sur-Ciel, a 25 kilómetros de Albi, la capital de Tarn. Fue fundado en 1222 por el conde de Toulouse, Raimond VII, que deseaba erigir un bastión contra los avances de las tropas enviadas desde el norte de Francia para acabar con los cátaros. Se agrupa en torno a su promontorio rocoso semejando una madeja de piedra. En su época de mayor prosperidad llegó a tener 6.000 habitantes que trabajaban el cuero, tejían las telas y sedas y fabricaban cuerdas. Los más ricos construyeron sus casas burguesas de estilo gótico que todavía hoy son uno de los tesoros arquitectónicos más preciados: Maison du Grand Ecuyer, Maison du Grand Veneur, Maison du Grand Fauconnier y otros palacios protegidos por la infranqueable red de fortalezas que rodeaba la ciudad. En las fachadas de gres ocre del pueblo, repletas de blasones, cobran vida dragones, animales y personajes extranjeros, todo un lenguaje cuyo misterioso significado hace que reine un clima de leyenda.

Hoy Cordes-sur-Ciel es lugar de residencia y encuentro de los artistas y artesanos que dan fama y vida a la ciudad. Pintura, escultura, cerámica, pieles… se muestran en sus talleres y tiendas, repletos de conocimientos y auténticos talentos. Así, no es de extrañar que, pese a sus reducidas dimensiones, cuente con cinco museos dedicados a diversos artistas y técnicas artísticas y a cosas tan variopintas como el azúcar.

El desaparecido castillo de Castres
Poco queda, en efecto, del antiguo castillo de Castres que jugó un papel fundamental dentro del movimiento cátaro. Castres no conserva su castillo ni sus murallas, al ser derruidas totalmente por obra y gracia del eterno enemigo de los cátaros, Simón de Montfort. En el edificio del Palacio Episcopal del siglo XIV, actual sede del Ayuntamiento, tan solo se conserva, en su patio interior una torre románica, de la antigua abadía benedictina.

Pero no está de más una visita a Castres, ya no solo por su preponderante papel en la lucha anti cátara, sino por sus muchos encantos. A orillas del río Agout que la atraviesa, pueden disfrutarse antiguas casas colgadas sobre su curso, también sus bellas calles medievales de la vieja ciudad cátara, donde tenían sus talleres los tejedores, tintoreros y curtidores. Son admirables igualmente los jardines del mencionado Palacio Episcopal de Castres, llamados “Jardins de Le Nôtre” por estar diseñados por André Le Nôtre, el mismo que configuró los famosísimos jardines del Palacio de Versalles.

También aquí se encuentra, y resulta una sorpresa, el Museo de Arte Hispánico (Museo Goya), que fue engrandecido en 1894 cuando Marcel Briguiboul, artista y coleccionista francés admirador de los grandes maestros españoles, donó a la ciudad las numerosas obras de calidad que había reunido, entre ellas tres de Goya. El museo cuenta también con obras de Velázquez, Murillo, Ribera, Zurbarán, Sorolla y Picasso, entre otros.

En las cercanías, junto al pueblo La Rozier y cerca de Millau, están las Gargantas del Tarn, verdadero arte natural que el río Tarn ha ido labrando en la roca, y que puede visitarse por una serpenteante carretera junto al precipicio o por el mismo río en una embarcación, situado todo este hermoso paraje en el Parque Nacional de Alto Langedoc, en cuyo entorno se encuentra el Mirador Point Sublime con unas vistas que sobrecogen.

Albi “la roja” y herética, Patrimonio de la Humanidad
La secta herética de los albigenses, desarrollada en los siglos XII-XIII toma su nombre de esta ciudad. Esta secta religiosa, dotada de una profunda religiosidad, fue muy avanzada para su época, sostenía que todo lo carnal procede del mal, trataban como iguales a las mujeres y aceptaban las diferencias de credo, a la vez que defendían que el infierno no existe. Sólo los puros, los cátaros, ponían en práctica este principio. Los adeptos se agrupaban en comunidades que se vieron favorecidas frente a la inmoralidad imperante, obteniendo el apoyo de los nobles, la burguesía local y la población en la comarca del Languedoc, en el sureste francés, donde se respiraban aires de mayor libertad frente a la presión de la Iglesia católica. La cruzada impulsada por el Papa Inocencio III, por el rey de Francia Felipe II Augusto, por los cistercienses y dirigida por Simón de Montfort, condujo en 1209 a la masacre de Beziers (pasando a cuchillo a más de 20.000 ciudadanos), a la expulsión de los ciudadanos de Carcasona y a la persecución de los principales nobles implicados.

La capital de Tarn, llamada ‘Albi la rouge’ por el color de sus ladrillos, está teñida de un sutil tono rosado y alberga extraordinarios tesoros que mostrar al visitante. Pero antes de enumerarlos tal vez sea conveniente hacer un recorrido por su casco antiguo, con sus callejuelas empedradas, casas medievales con entramados de madera y voladizos. Al paso salen lugares como el palacete de Reynès y su extraordinaria loggia, o el claustro de Saint-Salvi del siglo XIII con su blanco jardín, o los palacios donde nacieron dos de sus más ilustres ciudadanos, el pintor Henri de Toulouse Lautrec y el navegante Jean-François Galaup de Lapérouse.

Pero sin duda la joya de Albi es la catedral de Sainte-Cécile, una de las catedrales de ladrillo más grandes del mundo. Se trata de una verdadera catedral-fortaleza que sirvió como singular testimonio monumental del triunfo de la Iglesia de Roma sobre la herejía albigense. Es la mayor catedral pintada de Europa, gracias a las pinturas renacentistas de la bóveda. El recargado interior contrasta con la austeridad del exterior. En 2010 todo el centro de la ciudad fue declarado Patrimonio de la Humanidad, incluyendo la catedral Sainte-Cécile, el palacio de la Berbie, la iglesia Saint-Salvi y su claustro, el Puente viejo y las riberas del Tarn situadas entre el Puente Viejo y el puente ferroviario.

El palacio-museo del genial Toulouse Lautrec
En la segunda mitad del siglo XIII, los obispos de Albi emprendieron la construcción del Palacio de la Berbie, en las proximidades de la catedral Sainte-Cécile y de las orillas del río Tarn. Esta arquitectura medieval, dotada de muros de altura y grosor extraordinarios, se organizó alrededor de un patio principal y del torreón. Los prelados que se sucedieron del Renacimiento al siglo XVIII lo transformaron y ampliaron en un palacio de recreo con salones de gala y espectaculares jardines a la francesa con soberbias vistas sobre el río y ambas orillas de la ciudad.

Situado en el corazón del centro histórico de la ciudad, el Palacio de la Berbie, declarado Monumento Histórico, constituye uno de los conjuntos episcopales mejor conservados de Francia. Desde 1922 el Palacio de la Berbie alberga el Museo Toulouse-Lautrec, con la mayor colección pública en el mundo dedicada a este famoso pintor. El museo ha sido renovado y presenta la visión del artista a lo largo de su vida. La colección muestra sus obras de juventud, del mundo del espectáculo, del teatro y del café concierto. Hay más de mil obras, entre ellas 31 de sus famosos carteles, siendo la mayor colección pública en el mundo dedicada al pintor.

Ajos, pimentón, salazones y, por supuesto, buenos vinos.
Además de la elaborada gastronomía francesa, que también acaba de ser declarada en su conjunto Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en toda la región de Tarn presumen de su delicioso ajo rosa de Lautrec, tan delicioso que se come crudo, de su pimentón, de sus salazones: jamones, salchichas, salchichones, melsat (butifarra), bougnette (especie de albóndiga), morcilla… y de los excelentes vinos de Gaillac.

El área vinícola de la denominación Gaillac, que ocupa 2500 hectáreas, reagrupa en 73 municipios unos 130 viticultores y tres bodegas cooperativas que producen más de 125.000 hectolitros de Denominaciones de Origen Controlada.

Las cepas de origen antiguo han ido evolucionando bajo tres influencias climáticas: la mediterránea (el Tarn está a 150 km del mar), la continental (la región está rodeada por los macizos montañosos de la Montagne Noire y de los montes de Lacaune) y la oceánica, puesto que el Tarn forma parte de la cuenca aquitana. También crecen sobre cinco tipos distintos de suelos: guijarrosos, arcillosos, calcáreos, sedimentarios y montañosos. El resultado de esta riqueza climática y geológica es una formidable diversidad de vinos blancos secos y dulces, tintos, rosados, de aguja y hasta efervescentes. Los viticultores de Gaillac afirman que el famoso método para crear vinos con burbujas habría nacido en el Tarn antes que en la Champagne… Seguramente el monje benedictino Dom Pierre Pérignon, que descubrió la doble fermentación, no estaría de acuerdo.

En la zona hay varios castillos dedicados a la elaboración de vinos que admiten visitas y catas a los viajeros. Uno de los más recomendables es el Château de Saurs, una inmensa propiedad muy cuidada que también tiene una casa para alojar huéspedes por un precio moderado. Hay otros lugares especiales donde alojarse, por ejemplo el castillo de Mauriac, un lugar especial, casa y museo del pintor francés Bernard Bistes, que se considera heredero de Toulouse-Lautrec. Todo el château del siglo XV está lleno de obras del artista y con la venta de sus cuadros, este pintor y su hijo lo van restaurando, conservando la estructura original del castillo.

Texto. Enrique Sancho

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