Naturaleza intacta, costumbres ancestrales, termas, cuevas prehistóricas, rica gastronomía…
Una naturaleza bien conservada, una forma de vida ancestral, cuevas prehistóricas Patrimonio de la Humanidad, un parque con más de mil animales que parecen vivir en libertad, antiguos balnearios y modernos spas, una gastronomía contundente y sofisticada, iglesia románicas y paseos románticos… Cuando se inventó eso de Cantabria infinita, uno de los mejores eslogan turísticos de los últimos tiempos, probablemente se estaba pensando en algunas de muchas posibilidades que ofrecen los Valles Pasiegos esta pequeña comarca escondida entre la cordillera y la meseta deslizándose suavemente hacia La Marina.
Los Valles
Pasiegos son para muchos la encarnación de Cantabria, su más pura esencia, y sin embargo es una zona en realidad poco conocida, el secreto mejor guardado de Cantabria.En esta tierra se creó de manera peculiar el tradicional modo de vida ganadero de los pasiegos, ante una tierra que en general no ofrecía demasiadas alegrías para el cultivo, con una orografía dura, desabrida, de elevada pendiente donde no se ofrecían muchas facilidades para la agricultura ni resultaba cómoda para la ganadería. Por eso el tipo de vida de los habitantes de estos valles ha sido siempre duro, solitario, en una permanente relación de amor-odio con la naturaleza.Los Valles Pasiegos son una invitación para el viajero curioso, ávido por conocer lugares en los que “lo auténtico” no sea un mero reclamo turístico que cobija el mismo aburrido abanico de tipismos que el valle vecino. Quien quiera autenticidad de postal, pulcra y esterilizada, mejor que no se acerque a los Valles Pasiegos. Ahora bien, quien quiera sumergirse en un universo de hierba recién segada, de áspera caliza que desgastará nuestras botas de montaña, de ríos de montaña de aguas frías provenientes del deshielo, de cabañas que se usan a diario y de las que emana el olor del ganado… será siempre bienvenido en los Valles Pasiegos.
Tres valles hermanos
La comarca de los Valles Pasiegos la componen tres valles, que aunque comparten muchas cosas, poseen su propia personalidad. Son el Miera, el Pas y el Pisueña, que roban sus nombres a los tres ríos que vertebran el territorio, cada uno ofrece algo particular, complementándose de una manera deliciosa.El más oriental de los tres valles es el del Miera, el valle de la naturaleza. Con una menor presencia humana que en el resto de la comarca, aquí el interés se centra en los dones que la naturaleza ha tenido a bien otorgarle. Con una orografía arisca, el Miera guarda en sus zonas altas vestigios del pasado glaciar de la comarca, como se puede apreciar en el trazado en “U” de su zona superior, o en las morrenas glaciares que tapizan el ascenso en el camino que a través de sus montes nos lleva a Castilla.Pero el interés no está sólo en el terreno, también en las especies vivas que lo habitan. Un programa de recuperación ha permitido que el rebeco, especie ausente durante más de un siglo, haya vuelto a poblar las altas peñas de la zona de Mirones. A pesar de la deforestación en tiempos pasados, en zonas inaccesibles perviven algunos buenos ejemplares de hayedos, como el de La Zamina, o bosques de ribera a lo largo de todo el recorrido del río Miera. San Roque, Merilla o Miera son pueblos que el visitante no puede perderse. Aquí la quietud y la tranquilidad no son un reclamo turístico, son el día a día de unos pueblos que pierden población, pero que luchan por ganar su futuro.
Bajando por el valle, a modo de transición, se encuentra Liérganes, conjunto histórico-artístico que merece una parada para ver su puente “romano”, sus calles con enormes muros que rodean cuidados jardines y su balneario del siglo XIX, que se convirtió en lugar de reposo para los reyes que subían al norte, en pos de las aguas y olas de Santander. En alguna de sus tabernas podremos conocer la leyenda del hombre-pez, un vecino de la localidad que, un día, cayó en las aguas del Cantábrico para aparecer, poco después, en las costas de Cádiz, con el cuerpo cubierto de escamas y emitiendo sonidos muy poco humanos… En todo caso, le han hecho un monumento junto al río.
La huella del hombre
El Pisueña supone un cambio con respecto al Miera. De naturaleza mucho más abierta, el valle tiene un carácter más humanizado. Valle en el que buscar la huella del hombre y sus construcciones más imperecederas. El Pisueña cuenta con un riquísimo patrimonio construido, tanto civil como religioso. Tras el baño de naturaleza, en el Pisueña entramos en contacto con la Historia con mayúsculas. Una historia no construida en esta comarca a base de grandes batallas y míticas gestas, sino en el quehacer cotidiano.
Para poder disfrutar de esas pequeñas historias, qué mejor que un paseo por las calles de Esles, uno de los mejores conjuntos arquitectónicos de Cantabria. Sus fincas albergan muchos de los ejemplares listados en el catálogo de árboles singulares de Cantabria, y sus callejas invitan a tomarse la cosa con calma, con mucha calma…
En Villacarriedo nos aguarda el espectacular y barroco Palacio de Soñanes, como una espectacular aparición en piedra en medio de tanto verde. Aunque es el románico el que alcanza mayor esplendor en la comarca. A dicho estilo pertenece la Colegiata de Santa Cruz de Castañeda (S. XII) que en la Edad Media fue un próspero enclave muy apreciado por los peregrinos que hacían el camino de Santiago y está perfectamente conservada. Junto con la de Santillana del Mar son de los mejores ejemplos de arquitectura religiosa del norte de España.
No se puede abandonar el valle sin una visita a la pequeña iglesia de Nuestra Señora de Valvanuz (Selaya), patrona de los pasiegos, y donde el 15 de agosto se celebra una gran romería. El templo esconde en su interior una talla de la Virgen del siglo XIII que se apareció a un pastorcillo siglos atrás. Muy cerca del Santuario puede hallarse la fuente de agua que, cuenta la leyenda mariana, hizo brotar la Virgen para vencer el escepticismo del pasiego. Justo enfrente, se encuentra el Museo Etnográfico, dedicado a las Amas de Cría Pasiegas esas magníficas mujeres que dejaban pueblo, hogar, familia y, sobre todo, a sus hijos recién nacidos para ir a criar a los de otros más potentados en lejanas ciudades y así poder ganar el sustento de los suyos.
Dejando ya el Pisueña, la parada obligada es el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, que en sus más de 750 hectáreas alberga a más de mil animales de los cinco continentes, en un terreno erizado por agujas calcáreas sacadas a la superficie por una intensa explotación minera que comenzó ya en época romana, otorgando al paisaje una calidad lunar, no reñida con los mejores y más modernos servicios.
El valle de Pas
Y para el final, el valle que da nombre al conjunto. Si el Miera era naturaleza, y el Pisueña historia, el Pas es una maravillosa simbiosis de ambas. Sus paisajes de laderas tapizadas por verdes prados con cabañas techadas de lastras es quizá la mejor metáfora de ello. Siglos de actividades agrícolas y ganaderas han hecho que el paisaje se humanizara, hasta el punto de que a muchos les parece “natural” esos prados verdes, que no sino obra del trabajo de generaciones. Pero también están aquí sus casonas y palacios, símbolo de un esplendor lejano preservado por sus gentes como legado para el futuro.
Es cuna de un curioso modo de vida (que también tiene su reflejo en los otros valles) cuyo mayor exponente es “la muda”. El pasiego, a lo largo del año, va cambiando su lugar de morada, en un sempiterno acompañar al ganado en busca de los mejores pastos. En verano ocupa las zonas altas, para ir bajando progresivamente según el tiempo se enfría y los días acortan… Para conocer un poco más acerca de este modo de vida, podemos acercarnos al Museo etnográfico de las Villas Pasiegas, en Vega de Pas. Aunque quizá lo mejor sea vagabundear por los innumerables cabañales que son mudos testigos de una secular forma de vida que aún pervive…
Fue el primer valle habitado de los tres, al menos por los restos que conocemos, algunos de hace 120.000 años. Buena muestra de ello se encuentra en el conjunto de cuevas de El Castillo, declaradas Patrimonio de la Humanidad. Su visita permitirá contemplar mamuts, bisontes, ciervas, manos humanas en negatiivo… que los pobladores del Paleolítico Superior plasmaron en sus paredes hace miles de años, por razones que sólo podemos atisbar. Una de las colecciones de arte rupestre más importantes de aquella época que compite en belleza con las de Altamira.
Y si tanta actividad ha consumido nuestras energías, qué mejor que una visitar alguno de los balnearios de la comarca, como el de Puente Viesgo, Alceda o Liérganes. Un poco de reposo y una visita a algunos de sus buenos restaurantes y a continuar indagando en los Valles Pasiegos, pues todo lo anterior no es sino la punta del iceberg del mayor “secreto de Cantabria”.
Texto: Enrique Sancho